martes, 13 de mayo de 2008

Inofencivo


Un gato cayó sobre mis tímidas piernas.
Sentí, temblé, percibí, pensé. Nunca me gustaron los gatos, al contrario, los aborrezco, les temo. Pero este miedo no surgió en el momento en que él cayó sobre mí.
No salté, no grité, no pedí ayuda, ni me alarmé. Dejé todos mis miedos de lado por un momento para ver y experimentar que era convivir unos minutos, quizás horas o días con un felino, una pequeña bola de pelos con dientes afilados y pequeñas uñas que atravesaban mi ropa y raspaban delicadamente mi piel.
Al principio me retorcí del minúsculo dolor que me producía. Luego se convirtieron en cosquillas. Me reí y me quedó la sonrisa impregnada.
Otra vez, volvió el cosquilleo felino. Esta vez me reí mucho más fuerte, lancé una violenta carcajada.
Me empecé a sentir bien, muy bien.
Dejé el miedo, abandoné la fobia al inocente que no tenia nada de agresivo.
Le empecé a tener cariño.
¿Por qué los odiaba?
¿Qué tenia contra ellos?
¿Por qué me daban miedo?
Si son lo más inofensivo que conozco.
Pensar que le tenía miedo a esto.
¡Que increíble!
Sin embargo algo no estaba bien. Una rara sensación de inseguridad empezó a recorrer mi cuerpo.
El gato estaba quieto sobre mis piernas. Ronroneaba mientras yo lo acariciaba.
La sensación de inseguridad aumentó y no tuve otra opción que ahorcarlo.